Asertividad

La asertividad supone una forma de relacionarse con los demás mediante la cual uno es capaz de defender sus derechos sin sobreponerse sobre los de los demás, de modo que puede expresar sus sentimientos y opiniones sin exigencias y con respeto. Así mismo, también supone una forma de relacionarse con uno mismo.

 

Para entender mejor la asertividad, a continuación describimos las características de los tres estilos de respuesta que podemos adoptar en las relaciones interpersonales:

 

ESTILO PASIVO: básicamente se caracteriza por un estilo de comportamiento sumiso y sus objetivos son evitar el enfrentamiento y obtener la aprobación de los demás. Ello supone expresarse de forma inadecuada intentando adaptarse a lo que creen que los demás esperan de uno, dejar de lado los intereses propios para adecuarse a los de los demás, temor ante el rechazo, culpabilidad, dependencia...

 

ESTILO AGRESIVO: se caracteriza por no respetar los derechos de los demás y en su forma extrema se encuentra el ataque. Muestran seguridad y sinceridad de forma inadecuada, son impositivas, hostiles y exigentes y el resultado es la pérdida de relaciones, alteraciones emocionales y problemas laborales, familiares, afectivos y de salud.

 

ESTILO ASERTIVO: presenta buen autoconocimiento, conoce sus deseos, se acepta y acepta a los demás eligiendo con quien se relaciona y con quien no, se respeta y respeta, afronta y no huye, se autogestiona, no exige... Consecuentemente sus relaciones se ven fortalecidas al promover relaciones satisfactorias, facilitar la comunicación clara y sin manipulaciones y servir de modelo de aprendizaje.

 

En determinadas circunstancias no sería adecuado mostrarse asertivo porque podría suponer un perjuicio para nosotros. Cuando es así, lo importante es ser consciente de que se están vulnerando los derechos y centrarse en buscar soluciones a medio plazo y de forma proactiva.

 

¿De qué depende mi estilo general de respuesta en las relaciones interpersonales?

Hablamos de estilo general porque las personas tendemos a mostrar un patrón de conducta basado en uno de los estilos y saltar de uno a otro de forma ocasional. Este estilo habitual que mostramos se basa en el aprendizaje durante la infancia, ya que es una etapa en la que necesitamos de los demás para sobrevivir y seguimos sus pautas para aprender a cómo debemos pensar y actuar. No obstante, el papel de la herencia genética también será relevante en este aprendizaje, puesto que éste se realiza de forma activa por parte de cada uno de nosotros. Como resultado, cuando crecemos, algunos de nosotros no somos capaces de distinguir entre el deber y el querer por lo que, o bien nos mantenemos en nuestro comportamiento de búsqueda de aprobación y nos seguimos centrando únicamente en el deber; o bien nos rebelamos contra el deber y nos centramos únicamente en el querer de modo que olvidamos los derechos de los demás y nos sobreponemos a ellos mostrando una conducta agresiva y hostil.

 

¿Por qué se mantiene?

El estilo pasivo se suele mantener por el refuerzo que supone la aprobación de los otros, aún a expensas de nuestros propios deseos. Desde aspectos más amplios, las normas culturales también promueven patrones de conducta no asertivos. Así, algunos entornos sociales consideran el estilo pasivo y la sumisión como el comportamiento adecuado de las mujeres. Con respecto al estilo agresivo, este queda reforzado por las ventajas instrumentales que se obtienen de forma inmediata, lo cual constituye un modelo de aprendizaje de conductas impulsivas y dominantes.

 

¿Cómo cambiarlo?

Cuando los estilos de respuesta pasivo y/o agresivo suponen un obstáculo en nuestra vida, ya sea a nivel afectivo, laboral, familiar, etc. es posible que formen parte de nuestros patrones de conducta más estables y requieran de intervención profesional, para lo cual la Psicología pone a nuestra disposición las herramientas y estrategias de cambio oportunas para la consecución de este cometido.

 

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